Jamás pesé que me costaría tanto comenzar a escribir sobre la persona que seré, o mejor dicho, me gustaría ser en el futuro. Pero así ha sido, y por esa razón empiezo este escrito con las palabras que leéis.
Más que describir quién o cómo seré prefiero hablar de quién o cómo me gustaría ser. Para ello hablaré de lo que para mi significa ser un MAESTRO. No hago esta elección por cualquier razón. Ser maestra es lo que quiero en el futuro. Las razones no las he elegido al azar. Han sido unos inocentes alumnos en el agua, los que han concebido este deseo. Y es que ¿quién se resiste a la mirada fiel de un niño?
Construir mi vida a favor de mantener la ternura de esa mirada es lo que deseo. Porque no hay mayor belleza que la de verlos sonreír. Porque merece la pena luchar por mantener la pureza de sus corazones.
Todo esto solo se puede mantener si, como maestro, los acompañas en su crecimiento hacia un mañana. Acompañarlo sin exigencias, con paciencia y de la mano. Buscando los medios y métodos necesarios para que se desarrolle plenamente y con cariño. Aprendiendo junto a ellos mientras guías su camino hacía la felicidad. Procurando no sentenciar con tu experiencia sus sueños.
Porque en esta relación de dos, el importante es él. Solo viendo su evolución el maestro puede ver recompensado su trabajo.
Porque el maestro es quien camina a su lado, no quien decide el camino.
Porque él es único, y solo él puede enseñar al maestro aquello que necesita para que lo ayude en su desarrollo. El maestro solo puede valorar lo que el niño le ofrece y luchar por él y junto a él.
Maestro fiel al cuidado de su alumno, que vele por darle la oportunidad de enfrentarse con firmeza a lo que la vida ponga en su camino y que le ofrece su mano para que la agarre con fuerza cuando se ponga dura.

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