Os contaré una historia que tiene algo más de real que de ficción.
Sofía era niña que vivía en un pequeño pueblo de Andalucía. Uno de esos pueblos en que todos se conocen. Su colegio, también pequeño, estaba a pocos metros de su casa, por lo que paseaba todos los días agarrada de la mano de su mamá, hasta la puerta. Como podéis imaginar, sus compañeros también eran sus vecinos. Pasaban el día en clase y al salir, jugaban en la pequeña plaza que hay ante el ayuntamiento.
Durante las horas de clase, pasaba bastante desapercibida. Religión, educación física, conocimiento del medio, incluso matemáticas, pero... había una asignatura entre todas las que se imparten en la escuela a la que le tenía verdadero terror.
Esa asignatura, no era otra que Lengua y Literatura. Cuando veía aparecer a la señorita Laura, su corazón palpitaba cada vez más rápido. Se ponía muy nerviosa, y entre suspiro y suspiro, sacaba el libro de su cargada mochila.
- Otro día más tendré que leer en voz alta- pensaba ella, mientras los demás aún seguían de pie, como de costumbre, mientras esperaban que la maestra comenzase con la clase.
Y así sucedía, la primera y casi la única que leía era ella.
Comenzaba por el primer párrafo, y pese a que había leído con su madre ese texto la tarde de antes previendo lo que pasaría aquel día, se trababa una y otra vez.
Comenzaba de nuevo y, una vez más, caía en la trampa. Una trampa que solo ella conocía. La que las palabras de aquel texto lo ponían al mover sus letras para que ella no pudiese leerlas. Sus compañeros se reían, la maestra insistía, y ella no podía ver más que el baile de las letras en el texto que la mareaban con tanta alegría.
Así pasó largos días nuestra amiga. Luchando contra amigos, maestros, y terminando por reírse del vaivén de las letras. Algunos día, incluso, la señorita Laura decidía dejarla sin recreo, puesto que consideraba que le vendría mejor pasar treinta minutos más viendo como las letras la confundían.
Al año siguiente, una nueva maestra sería tutora del grupo de Sofía, la señorita Inmaculada. Tras trabajar largo y tendido junto a Sofía, la señorita Inmaculada comprendió que algo pasaba cuando Sofía se enfrentaba a las palabras de los libros que leían. También sabía que la misma, seguía las demás asignaturas al mismo nivel, más o menos, que el resto de sus compañeros. Por esta razón, decidió ayudarla a superar sus dificultades.
Todos los días inventaba un nuevo juego en el que todos los alumnos participasen y entre ellos estuviese Sofía, siempre adaptándolos para que a esta última le costase un menor esfuerzo alcanzar sus propios logros.
Sofía tenía dislexia, un problema en el aprendizaje que hacía que tuviese que esforzarse mucho más que el resto de sus compañeros a la hora de escribir y leer. La señorita Laura, no vislumbró aquel problema en ella, pensó que Sofía no ponía interés en el aprendizaje. Sin embargo, la señorita Inmaculada tras una larga investigación sobre el tema y una gran vocación por descubrir que le sucedía a Sofía, consiguió averiguar lo que sucedía, y ayudó a Sofía a conocer su dificultad y afrontarla de la mejor manera posible.
De esta manera a Sofía le empezó a gustar su temida asignatura. Además, un día de vuelta a casa su mamá le contó que la señorita Inmaculada, no solo había hablado con ella para contarle que tenía un problema de aprendizaje llamado 'Dislexia', si no que se sentía muy orgullosa del esfuerzo que Sofia realizaba en clase para conseguir lo mismo que otros con la mitad de esfuerzo.
De esta manera a Sofía le empezó a gustar su temida asignatura. Además, un día de vuelta a casa su mamá le contó que la señorita Inmaculada, no solo había hablado con ella para contarle que tenía un problema de aprendizaje llamado 'Dislexia', si no que se sentía muy orgullosa del esfuerzo que Sofia realizaba en clase para conseguir lo mismo que otros con la mitad de esfuerzo.
Así Sofía aprendió a vivir con esta dificultad.
Ahora Sofía es mucho mayor. Ella es mi amiga. Estudió conmigo. Y os contaré algo. Aprendí de ella mucho más que de ninguno de mis compañeros de estudio.
Nos gustaba estudiar juntas porque nos motivábamos mutuamente. Es cierto que yo siempre leía, pero ella me corregía. Y después teníamos largas conversaciones sobre el temario de la asignatura que nos llevaban a sacar grandes notas. Pero la constancia, la paciencia, la responsabilidad, la entrega, el sacrificio y la lucha, las aprendí leyendo junto a ella.
¿Qué pensamos cuando hablamos de esta común dificultad en el aprendizaje?
¿Qué pensamos cuando hablamos de esta común dificultad en el aprendizaje?
Si preguntamos a cualquier persona por la calle, algunos dirán que nunca han oído hablar de esta dificultad. Otros que la conocen porque chicos del colegio de sus hijos la sufren, y que creen saber que son problemas en la lectura y escritura de ciertas palabras. Por último, encontraremos a padres cuyos hijos la sufren, estos la conocen de primera mano, hasta es posible que ellos mismos la hayan sufrido. Esta dificultad suele ser heredada. Los últimos se verán motivados a empujar a sus hijos hacia el esfuerzo, e intentarán motivarlos para que superen sus dificultades y crezcan junto a ellos.
Ahora, preguntemos lo mismo a maestros en la escuela. Muy a nuestro pesar, los encontraremos de diferentes opiniones. Unos hablaran de esta dificultad como un problema en el aula, problema que entorpece su trabajo y lo hace más difícil, que no permite al resto de alumnos avanzar al ritmo que podrían porque deben "perder el tiempo" ayudando a niños cuyo único final es el fracaso escolar.
Por suerte, los hay de otros, aquellos a los que sí me gusta llamar MAESTROS (con mayúsculas no por casualidad, sino porque así lo merecen) que ven en estos alumnos una virtud, la virtud de la paciencia, de la implicación, del esfuerzo, de la lucha...
Así es, estos pequeños seres humanos a los que comúnmente llamamos "niños" y que en términos de docencia denominamos "alumnos" no son tan pequeños como en ocasiones imaginamos. Y si por desgracia llegan a serlo, no es más que por falta de una educación de calidad.
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